Un país posible
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- 13 sept 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 sept 2022
Hace casi 35 años, en el verano de 1988, comencé a publicar en estas mismas páginas. Me invitaron a colaborar Martín Casillas y Luis Enrique Mercado, en un naciente proyecto editorial, independiente y fresco, que se especializaría en economía, negocios y política.
Yo estudiaba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, tenía 22 años, era consejero de la Facultad y pertenecía a un grupo de universitarios que había participado en la campaña del Ingeniero Cárdenas en el Frente Democrático Nacional. Julio Faesler nos había invitado a sumarnos.
En retrospectiva, me sorprende que Luis Enrique y Martín hayan tenido la generosidad de darme la oportunidad y de brindarle a un estudiante un espacio para compartir sus ideas y opinión respecto a la realidad nacional. No sé si hoy haya en las páginas de los principales diarios del país estudiantes universitarios con una vitrina de esta naturaleza.
En esta ocasión agradezco a Luis Miguel González su confianza para reincorporarme a estas páginas y al equipo de columnistas tan destacado y plural que El Economista alberga.
Han pasado siete lustros desde mis primeras columnas aquí, y sin embargo el país no ha resuelto los principales problemas que nos aquejaban entonces y ahora. En 1988 la principal demanda y anhelo que teníamos como jóvenes despertando en el quehacer político y económico del país era vivir en una verdadera democracia. Queríamos un sistema político donde el voto se respetara, que hubiese competencia real entre los partidos y democracia en su vida interna, un árbitro autónomo, erradicar el fraude electoral y la compra de votos, tener medios de comunicación independientes, etc.
Hubo que esperar hasta 1994 para tener el primer Consejo General del IFE con seis ciudadanos independientes, presidido por José Woldenberg. Ese hecho generó un impulso fundamental para que las elecciones en México fueran cambiando y el país viviera la alternancia en el poder.
Otros problemas que ya eran parte de la agenda en los 80s y los 90s eran la pobreza y la inequidad, la escasa infraestructura, la falta de servicios públicos, los bajos niveles de educación, la calidad de la salud pública, la corrupción, entre otras. Éramos un país poco competitivo y aislado del comercio internacional. Si bien en los últimos 30 años se haavanzado en muchas de estas asignaturas, claramente no lo suficiente, y lo que es peor, en otras, el país ha retrocedido.
No creo que ningún político en México, del partido político que sea ni tampoco ningún líder empresarial, sindical o social, se sienta satisfecho con el balance de estas tres décadas. El malestar social que se manifestó en las urnas en 2018 con la arrolladora victoria de López Obrador son testimonio de ese fracaso.
Y en este entorno, hoy tal vez una de las características más desafortunadas entre nuestra élite dirigente es el nivel de polarización; la descalificación, falta de diálogo y de respeto, así como la incapacidad de construir acuerdos.
Esta columna, Un país posible, pretende ser un espacio distinto, de búsqueda de acercamiento y de ideas que puedan contribuir a que superemos la confrontación y el cálculo mezquino de la política, para promover una actitud constructiva para resolver los problemas reales de la gente y poder sacar a México adelante.
Vienen tiempos complicados para lograrlo: la llamada “moratoria constitucional” estará a prueba en el próximo periodo legislativo, en 2023 habrá elecciones en dos estados priistas claves, y ya estamos en pleno proceso interno de Morena para elegir su candidat@ presidencial para 2024.
Pese a todo ello, hay que mantener la mira en el mediano plazo y privilegiar el análisis ecuánime y propositivo.

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